A mucha gente nos gusta planear qué haremos con nuestro futuro, y al hacerlo a veces definimos metas muy grandes que lograremos con nuestro esfuerzo y dedicación durante varios años. Esto puede llegar a convertirse en algo frustrante, o en un objetivo difícil de mantener en la mira, o bien podemos descuidar otras necesidades por el hecho de estar pensando en eso que anhelamos y que tardará mucho en llegar.

Es por eso que cuando trabajamos en planeación es mejor hacer diferentes tipos de metas: metas a largo, mediano y corto plazo. También podemos manejar estos objetivos como anuales o mensuales, ya dependerá de qué forma resulte más práctica para cada quien.

La idea es que cada meta a largo plazo tenga respectivamente una lista de objetivos pequeños a corto plazo que servirán para llegar a ella. De esta manera iremos desarrollando una planeación estratégica en forma de una pirámide, donde la punta es nuestra meta a largo plazo. Luego debemos definir cómo llegaremos a ella. Estas estrategias serán el segundo nivel en nuestra pirámide de planeación.

Luego podemos desarrollar cuanto sea necesario. Cada estrategia se convertirá en un objetivo a corto o mediano plazo a los que designaremos nuevas estrategias para alcanzarlos.

Esto no solo nos define el camino para lograr nuestra meta, también logra un efecto psicológico enorme que nos ayuda a mantenernos motivados, ya que tendremos un objetivo cumplido en cada paso que demos.